lunes, 18 de julio de 2011

Tres colores (III)

Para cerrar el círculo, Trois couleurs: Rouge (Tres colores: Rojo, 1994) vuelve en teoría a la arrebatadora presencia de la protagonista femenina, recuperando a la excelente Irène Jacob (que ya había encarnado a la doble Weronika/Véronique en la primera producción francesa de Kieslowski) convertida en icono visual, la imponente música clásica y un claro predominio del color elegido para la ocasión, más presente eso sí en detalles y objetos indicativos que en la fotografía en sí. Sin embargo, tanto el espectador como probablemente el realizador se vieron sorprendidos por el increíble magnetismo y abrumadora presencia en la pantalla de un superlativo Jean-Louis Trintignant, que emerge como la piedra angular donde convergen prácticamente todas las historias de la saga. Es el testigo oculto, la autoridad en la sombra que reconoce sus errores y los ajenos. Ambos encarnan a dos personajes de perfecta contraposición, una modelo jovial e ilusionada por reunirse con su novio y un juez retirado que intercepta las conversaciones telefónicas de sus vecinos, cuyas existencias tropiezan por casualidad. La a priori notable inmoralidad del voyeur es puesta en entredicho sin dilación, pero las razones que esgrime y una postura arrogante a la vez que coherente harán que la joven vuelva a su encuentro para compartir reflexiones e historias personales.


Así, el vínculo creado entre personalidades totalmente opuestas refleja las contradicciones en las que incurren los humanos en sus relaciones, mientras asistimos a la historia de dos personajes secundarios, vecinos ambos de los principales, que se resquebraja imitando la que el propio juez relata anteriormente. Da la sensación de que no aprendemos de nuestros errores y estamos condenados a caer en las mismas decepciones. Este fatalismo tiene su lado amable a la par que trágico en un final reunido donde confluyen de forma un tanto forzada los protagonistas de los tres colores. Curiosamente, la acción se traslada al cantón suizo de Ginebra, sin que transcurra en ningún momento en Francia de modo directo.
            Además de un obvio debate inferido sobre el derecho a la intimidad y el sentido de la justicia, esta entrega pone su interés en la pérdida de valores conjuntos, el individualismo que impera en la sociedad y cómo los miembros que se sienten apartados luchan por mantenerse así. La soledad se convierte pues es una cuestión de opción personal, lejos de estar obligados a permanecer solos, los individuos eligen esa vía para ocultar su dolor y su vulnerabilidad.
Es la última forma de hipocresía, ya que todos los personajes de la trilogía enarbolan la bandera de su egoísmo en mayor o menor medida, siendo Valentine, la protagonista de Rojo, la única que consigue mirar más allá de sí misma en un impulso de ayuda al prójimo. Aparte de los escuetos cameos, el único nexo narrativo que comparten las tres partes antes del final es la imagen de una anciana que apenas puede andar intentando tirar basura a un contenedor con muchas dificultades, ante la pasividad de los distintos protagonistas, hasta que finalmente Valentine da un paso al frente. Es sólo un detalle, pero indica el desdén que el propio Kieslowski dirige hacia sus propios vehículos de expresión, como una crítica a todos nosotros.
No en vano, el director polaco ha sido encuadrado frecuentemente en el llamado “cine de ansiedad moral”, que bien podría definir toda la última parte de su obra de ficción junto a su habitual colaborador en los guiones, Krzysztof Piesiewicz. Aunque Trois couleurs es una magnífica muestra, quizá la más madura y perfeccionista, sería un error menospreciar trabajos anteriores, quizá menos dechados en relación a presupuesto y pretensiones, pero igual de interesantes: Bez konca (No end, 1985), Krótki film o zabijaniu (No matarás, 1988) o Krótki film o milosci (No amarás, 1988), junto con las ya mencionadas más arriba. Cuentan con referentes tan grandes como Crimen y castigo o el universo orwelliano y una de las visiones más descorazonadoras sobre el amor que haya visto el cine moderno.

Azul fue galardonada con la Palma de Oro del Festival de Cannes, Kieslowski se llevó el Oso de Plata al mejor director en la Berlinale por Blanco, mientras que Rojo fue nominada al Oscar a mejor película extranjera.


José Miguel Moreno

1 comentario:

  1. Josemi, me ha encantado tu crítica , de hecho me voy a ver las tres pelis del tirón.

    un besazo

    Elena Glez.

    ResponderEliminar