El cine español ha recibido en numerosas ocasiones, demasiadas, el calificativo de “españolada”. Encierra este término despectivo el prejuicio de que nuestras películas son repetitivas y de mala calidad y demuestra que el amor por este patrimonio aún no tiene el respeto generalizado que se merece.
Intentaré desgranar en este artículo (dividido en dos) las que son a mi juicio las causas del problema y cuáles son los cambios que se están produciendo en el seno de la industria cinematográfica española y que están provocando, paulatinamente, el cambio de mentalidad del espectador nacional.
Intentaré desgranar en este artículo (dividido en dos) las que son a mi juicio las causas del problema y cuáles son los cambios que se están produciendo en el seno de la industria cinematográfica española y que están provocando, paulatinamente, el cambio de mentalidad del espectador nacional.
RENOVACIÓN
Renovación delante de las cámaras
Durante muchos años daba la sensación de que el cine español repetía compulsivamente la temática, el estilo y el equipo artístico. Por ejemplo, en los 60 y 70 las productoras trabajaban con presupuestos modestos y acelerados planes de rodaje, sin dejar tiempo entre el final de un rodaje y el comienzo de otro, llegando incluso a filmarse varias películas a la vez y encontrándose actores que no tenían claro qué película estaban haciendo en ese momento.
Esta repetición provocó que el público español se acostumbrara a encasillar a los intérpretes. Era ver a Paco Martínez Soria y esperar que se metiera en algún lío debido a su falta de conocimiento de la vida moderna en las ciudades. Lo mismo pasaba con José Luis López Vázquez y su persecución de las chicas hermosas que se cruzaban delante de su vista.
Al “star system” de los 60 y 70 (Lina Morgan, Antonio Ozores, Concha Velasco) les sucedió el formado por Antonio Resines, Jorge Sanz, Victoria Abril, Verónica Forqué o Carmen Maura. Pero hace años que éste ya no funciona y que se necesita una renovación muy profunda.
Se puede considerar a Santiago Segura como el primer actor de la nueva generación con la capacidad de atraer al público sólo con su nombre. Su participación en El día de la bestia le dio un Goya y le puso en el mapa, donde terminó de colocarse tras el enorme éxito de su primera película como director Torrente, el brazo tonto de la ley (1998), película que sorprendió a todo el mundo con unas recaudaciones elevadísimas. Con el paso de los años se ha revelado como un genio para la promoción de sus películas con esas entrevistas en las que mezcla simpatía, humor negro y ganas de reírse de sí mismo.
Segura es de las pocas estrellas actuales surgidas del cine, ya que la mayoría de ellas provienen de la televisión, donde sí arrasan desde años las series españolas como Al salir de clase, Aquí no hay quien viva, Los Serrano, El internado, Física o química, Los protegidos o Águila roja. Ellas abren una ventana por la que los nuevos actores pueden ser vistos cada semana por millones de personas. Las televisiones también son productoras de cine y cuentan con estos actores famosos en sus plantillas, así que la sinergia parece lógica.
Así, se ha abierto paso a una generación entera de actores jóvenes y, esto no es baladí, con atractivo. El mejor ejemplo es Mario Casas, quien ha conseguido a sus escasos 25 años ser el actor más taquillero de este país, con enormes éxitos como Fuga de cerebros (Fernando González Molina, 2009) y 3 metros sobre el cielo (Fernando González Molina, 2010). Su físico le granjeó pronto una legión de admiradoras que seguían todos sus pasos gracias a las revistas y páginas webs y a los constantes reportajes sobre su vida profesional y personal, profusamente ilustrados. Cada rodaje en el que ha participado desde que alcanzó la fama por su papel en Los hombres de Paco ha llevado una publicidad gratuita que ha acabado redundando en taquilla.
Cubierto el sector adolescente, se hace necesario atraer al adulto y para eso tenemos a aquellos actores como Fernando Tejero y Javier Cámara, celebérrimos gracias a su trabajo en las comedias televisivas Aquí no hay quien viva y Siete vidas. Ellos representan al español medio con la misma gracia y solvencia como lo hicieron en el pasado Alfredo Landa o José Luis López Vázquez.
También hay actrices con fuerza en la taquilla. La más destacada actualmente es Belén Rueda, quien tiene una trayectoria realmente curiosa. Veterana presentadora de programas de entretenimiento reciclada a actriz televisiva (Los Serrano) que obtuvo el Goya a la mejor actriz revelación por Mar adentro y un estatus como reina del género de terror gracias a El orfanato (Juan Antonio Bayona), como bien demostró con Los ojos de Julia, que le dio un nuevo éxito de taquilla, y en menor medida con El mal ajeno.
Otros actores con pasado televisivo y un aparentemente próspero futuro cinematográfico: Carlos Areces, Joaquín Reyes, Julián López, Silvia Abril, Alexandra Jiménez, Ana Fernández, Maxi Iglesias, David Janer, Luis Fernández, Michelle Jenner etc.
Renovación detrás de las cámaras
El inicio de la revolución del cine español se produjo a mediados de los 90, con la primera generación de directores que habían crecido en la democracia, sin los traumas de la posguerra ni de la transición a sus espaldas y que trajeron un estilo nuevo basado en una realización más moderna y en la búsqueda de géneros poco explotados en nuestro país. Dos son los directores que mejor ejemplifican este relevo generacional: Alex de la Iglesia y Alejandro Amenábar.
El primero logró el éxito con su segunda película, El día de la bestia (1995), una comedia que trataba temas tan novedosos como el satanismo y el cine apocalíptico, de un modo que nunca se había realizado en nuestro país: con un presupuesto holgado. Con un 1,2 millones de espectadores fue el filme nacional más visto aquel año. De la Iglesia marcó la senda que muchos otros han seguido después.
Aún más espectacular resultó el caso de Amenábar, quien sorprendió a todo el mundo arrasando en los Goya con Tesis (1996) y en taquilla con Abre los ojos (1997), demostrando su enorme capacidad de empatizar con los gustos del públicos sin perder nunca la calidad en sus productos. Él es la quintaesencia de nuestro cambio.
Fue ese caldo de cultivo el que dio las nuevas propuestas de Juanma Bajo Ulloa (Airbag, 1997), Santiago Segura (Torrente, 1998), Juan Carlos Fresnadillo (Intacto, 2001), Jaume Balagueró (Los sin nombres, 1999). A ellos les siguieron después J.A. Bayona, Rodrigo Cortés o Nacho García Velilla.
El respeto a los maestros es necesario pero el exceso del mismo marca a la industria dejándola sin suficiente margen para la renovación. A su destierro se suma el de aquellos directores que siendo relativamente jóvenes parecen haber agotado su genio (Juanma Bajo Ulloa) o que nunca lo poseyeron (Miguel Bardem).
El equilibrio dejaría suficiente espacio para que los nuevos directores traigan nuevas formas de realizar y enfocar las películas y nos dejaría la sabiduría de los expertos. Un ejemplo muy bueno lo tenemos con El otro lado de la cama, con el veterano Emilio Martínez Lázaro uniendo sus fuerzas con un joven guionista David Serrano. Sin embargo, la nueva dinámica deja fuera a algunos directores antiguamente rompedores como Vicente Aranda, Ventura Pons o Bigas Luna.
El equilibrio dejaría suficiente espacio para que los nuevos directores traigan nuevas formas de realizar y enfocar las películas y nos dejaría la sabiduría de los expertos. Un ejemplo muy bueno lo tenemos con El otro lado de la cama, con el veterano Emilio Martínez Lázaro uniendo sus fuerzas con un joven guionista David Serrano. Sin embargo, la nueva dinámica deja fuera a algunos directores antiguamente rompedores como Vicente Aranda, Ventura Pons o Bigas Luna.
Renovación temática.
Se suele decir del cine norteamericano que es muy comercial y que no deja espacio para contar historias a los directores con personalidad. No obstante, cada año se producen en aquel país varias películas de indudable calidad, algunas obras maestras, que normalmente se hacen visibles gracias a los numerosos premios del sector. Las películas comerciales y las de calidad se necesitan ya que en muchas ocasiones es una misma empresa la que las lleva a cabo. Una de las formas más rentables de unir ambos conceptos es a través de los géneros, que en España fueron totalmente arrinconados durante el Franquismo por la comedia en sus distintas vertientes: con zarzuela, con cantaor, con folclórica, con niño prodigio, con picaresca, con toros, con destape, etc.
Paulatinamente se han retomado algunos géneros como el policíaco (El crack, Todo por la pasta, La caja 507) o el de la animación (Donkey Xote, Planet 51). Pero sin duda el género más importante y que más alegría nos ha dado es el del terror, el cual cuenta con un ilustre precedente en la serie B desarrollada entre los 60 y el principio de los 80. El nuevo cine de terror es muy distinto. Ahora se rueda con más dinero, siguiendo la estética moderna que marcan los videoclips y las nuevas tecnologías y teniendo en mente no el estilo británico de la Hammer sino el americano de las películas de zombies y asesinos en serie o el japonés de fantasmas. Paco Plaza y Jaume Balagueró han creado escuela con propuestas como Darkness, Frágiles o El segundo nombre, rodadas en inglés con vistas a su exportación al extranjero. Con la saga Rec (se está rodando actualmente la tercera y cuarta entrega) han alcanzado su mayor éxito hasta la fecha.
No hay que olvidar las inquietantes aportaciones de Alejandro Amenábar, quien ha sabido aunar recaudaciones abultadísimas con un gran prestigio. Su mayor aportación al género ha sido Los otros (2001) que consiguió 200 millones de dólares de recaudación mundial y 8 premios Goya.
Quizá uno de los mayores síntomas de la enorme mejoría de nuestra cinematografía es el estreno de Spanish movie, la primera producción española que explota el género de las “spoof movies” o parodias, que tanto éxito ha tenido en EE. UU. Desde que lo crearan en los años 70 los hermanos Zucker con Aterriza como puedas y que tuvo una fuerte revitalización a principio del siglo XXI con la saga Scary movie. Toda parodia necesita escoger un referente que sea reconocible para el público ya que la base de su funcionamiento es imitar el aspecto visual de películas exitosas y con gran dosis de actualidad para que el espectador identifique la referencia. En cuanto esto se logra, se pasa a retorcer la historia para crear el efecto cómico buscado.
Que Spanish movie llegara a puerto y que además tuviera éxito económico muestra claramente que se ha creado un corpus de películas lo suficientemente reconocible para el espectador medio: Mar adentro, Los otros, El orfanato, El laberinto del fauno. Una película así hubiera sido impensable en los 90.
Otro género que se consideraba tabú por excesivamente comercial es el pensado exclusivamente para adolescentes. Estábamos tan acostumbrados a que cada director quisiera trascender creando una obra maestra que se nos había olvidado la necesidad de un público que acuda a la sala de cine y pague por verla. Necesitábamos atraer a una audiencia nueva, poco o nada acostumbrada a nuestro cine y habituada al estilo norteamericano. Estableciendo una metáfora gastronómica, no podíamos atraer a jóvenes que adoran las hamburguesas con potajes. Mentiras y Gordas, Fuga de cerebros o 3 metros sobre el cielo han recibido unas críticas tan feroces como entusiastas estuvieron los espectadores que las escogieron como una opción de diversión. Estas películas son muy necesarias para conseguir el tan ansiado cambio de mentalidad del espectador hacia su propio cine. Varias de ellas tendrán secuelas, con lo que no sólo estamos acostumbrando al público a disfrutar de nuestras películas sino que incluso les dejamos con ganas de repetir.
Pero si existe una película que simboliza el cambio de estilo que se está produciendo en los últimos años ésa es el thriller carcelario Celda 211 (Daniel Monzón, 2010), la mayor sorpresa del año 2010 y una demostración definitiva de que calidad y entretenimiento es posible. El público la colocó en lo más alto de la taquilla desde su estreno y la Academia acertó al coronarla como la mejor del año.
BY DAVID RAMÍREZ.
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