domingo, 25 de septiembre de 2011

El sabor de las cerezas

Como tiene que haber de todo y yo suelo cumplir mis amenazas, hoy toca una crítica de cine iraní. Y no, no lo digo de coña…

De hecho, voy a hablar de la que probablemente sea la película más importante en la historia del país asiático, no sólo por su intrínseco valor cinematográfico sino también por ser la cinta que abriría la puerta de la difusión internacional para su director, Abbas Kiarostami, y coetáneos suyos como Jafar Panahi a finales de los noventa tras conseguir la Palma de Oro en el Festival de Cannes.


Hay dos características obvias que condicionan El sabor de las cerezas (Abbas Kiarostami, 1997) y que se aprecian claramente desde el primer momento del metraje: la aparente sencillez del relato y la evidente falta de medios técnicos. Sin embargo, la puesta en escena engaña, no refleja la profundidad de una historia que se abre paso a cada fotograma. La extrema repetitividad de los planos es muestra de esa escasez, con larguísimos planos secuencia de cámara fija. Lo que podría percibirse como un problema acaba siendo un vehículo para la expresión del desasosiego que siente el protagonista. Porque, como ya hemos apuntado anteriormente, la historia se va explicando lentamente, yendo de un punto de partida simple -un hombre conduciendo que busca alguien que pueda hacer un trabajo para él- a una huida hacia delante en su desesperación, va descubriendo sus intenciones y razonamiento, dejando en un segundo plano las posibles causas, y como las defiende ante los distintos aspirantes.

Y es que lo que busca el protagonista es morir. Ni más ni menos. Algo que crea controversia en nuestra sociedad como la eutanasia, el suicidio asistido, es aquí llevado al extremo en el marco de una sociedad islámica conservadora, donde es un tema tabú y un pecado capital. Todo ello encarnado en un hombre que desea dejar de existir pero que se siente aterrado ante la perspectiva de no ser capaz de afrontarlo en el último momento. Por eso, ante la necesidad de buscar la ayuda de un par de brazos capaces de enterrar los restos de su torturada existencia, se dará de bruces con la reticencia e incomprensión de todos aquellos a los que pide ayuda a cambio de una generosa suma de dinero. La búsqueda se centra en tres candidatos principales, reflejos ellos mismos de las etapas de la vida y la sociedad que le rodea.

Con el primero de ellos, un joven kurdo que se encuentra cumpliendo el servicio militar, se ponen por fin las cartas sobre la mesa y explica al espectador cuáles son sus planes, esos que busca con tanta determinación. Su argumentación choca con la incomprensión del chico, que sale corriendo a la primera ocasión. El segundo, un hombre religioso, lleva la conversación a un nivel espiritual que se torna inflexible en su respuesta. Después de pinchar en hueso, consigue encontrar al hombre que hará posible consumar sus planes, no sin antes llevarle por el camino de la reflexión personal sobre el mundo de sensaciones que pretende abandonar, perdiéndolo todo, desde las cosas más importantes hasta las más simples. Como el sabor de las cerezas que brotan del árbol debajo del que quiere ser enterrado.

La cámara enfoca casi enfermizamente el rostro y movimientos del Señor Badii, sombrío y autodestructivo protagonista, o el paso cansino de su coche en un camino que parece no llevar a ningún sitio, sumergiéndonos con él en su ansia por encontrar la salida, en adelantar lo inevitable. La austeridad de la puesta en escena convertida en virtud, acrecentando el impacto de los hechos que se nos cuenta. Una poesía, un canto a la desesperación y una luz titilante que se apaga. Una película que contiene crítica social y moral mucho más allá de lo que se puede apreciar a simple vista. Para la mayoría, un tostón de más de una hora y media. Para los pacientes, una oda tanto a la vida como a la muerte, una joya llena de sensibilidad.

(Eso sí, sigo sin entender la escena colocada al final del metraje, mostrando parte del rodaje con unos militares que participaban como extras. Sin sentido y restando prominencia al desenlace real, tan humano e indeciso como la vida misma)
José Miguel Moreno

2 comentarios:

  1. Me la anoto para verla, Josemi. De Kiarostami había visto ya ¿Dónde está la casa de mi amigo?, pero ésta que nos comentas hoy no...

    Buena entrada ;-)

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  2. ¡Dios mío! ¡Ha ocurrido! El apocalipsis. Una crítica de ciñe iraní. Oficialmente nos hemos vuelto un blog de gafapastas.

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